yo también estuve en lo que, si me tomara un café con una amiga no demasiado íntima, llamaría una relación tóxica. él tenía fama de ser el típico cabrón con pocos escrúpulos al que todas las películas de bad boy, good girl nos enseñan a dar una oportunidad. así que eso hice.
la oportunidad duró años llenos de mentiras, manipulaciones e infidelidades. pero no estoy aquí para nadar en los detalles de aquello (de alguna forma mi mente ha conseguido eliminar muchos de los recuerdos casi por completo), sino para intentar entender por qué me quedé allí prendida tanto tiempo y qué réplicas ha tenido desde entonces aquel seísmo continuado. ¿qué era eso que me hacía volver siempre a él?
me acuerdo de la primera vez que decidí salvarlo: llevábamos casi un año juntos, él se había metido en un lío más o menos gordo y después había desaparecido del mapa. fue entonces cuando la necesidad de convertirme en el canal definitivo de redención para los demás empezó a asomar las orejas.
reconozco que me hizo sentir profundamente satisfecha verme capaz de hacerle entrar en razón, convencerlo para volver y encarar su situación, ser la única persona con quien él aceptara hablar, la única a la que quería escuchar. percibo hasta una pizca de arrogancia en mi actitud: yo valiente, yo generosa, yo buena, yo compasiva.
Bajo el dolor en la voz, la Humana percibe una sutil, muy sutil vibración de orgullo: la víctima que supo ser estoica en la catástrofe, que mantuvo la boca cerrada mientras la sangre le corría por la pierna y todos seguían comiendo rabo de toro, ajenos a lo que sucedía bajo la mesa.
El celo, Sabina Urraca
era blair en gossip girl, babi en tres metros sobre el cielo, allie en el diario de noah, jamie en un paseo para recordar, kat en 10 cosas que odio de ti, sandy en grease y baby en dirty dancing. me sentía especial, tocada por la gracia de dios, distinta de todas las demás, lo suficientemente importante como para conseguir que el chico malo se fijara en mí, se enamorara en un arrebato, se comprometiera a cambiar de una vez por todas.
así que una forma de justificar mis decisiones es echar el muerto a toda la cultura pop del amor romántico — ya sabéis, ese amor paciente, resignado, incansable, indulgente. ese amor que rompe esquemas y pone tu vida patas arriba, que hace temblar el suelo. el único amor real y verdadero por el que todas hemos suspirado en algún momento y al que todas seguimos aspirando en secreto.
El amor es sufrido y considerado, nunca es celoso. El amor no es jactancioso o engreído, nunca es grosero o egoísta, nunca se ofende ni es resentido. El amor no halla placer en los pecados de los demás y se deleita en la verdad. Siempre está dispuesto a excusar, confiar, esperar, soportar todo lo que venga.
pero algo me dice que no es tan sencillo como eso, que hay una herida mucho más profunda a la que no es tan fácil asomarse, un aprendizaje temprano y esencial: debes hacer lo correcto. y ¿qué es lo correcto? ¿permanecer al lado de tu pareja a cualquier precio? ¿luchar por la promesa del amor eterno?
o quizás no fuera más que un intento por reafirmar algún tipo de autonomía, una autoridad propia, una voluntad de decisión, que se dilató demasiado en el tiempo. como una especie de insubordinación torpe: esta vez no me importa lo que los demás esperen de mí, sólo yo puedo decidir lo que me corresponde y voy a demostrar a todos que están equivocados. ¿de verdad uno permanece del lado del dolor por pura rebeldía? lo descarto.
pienso también en cuánta seguridad encontraba en aquella relación por incondicional: allí se me permitía fallar, herir, gritar y patalear. no me sentía validada ni respetada claro, pero tenía la seguridad de que siempre y a pesar de todo podría volver a refugiarme en él y en esa comodidad de la estructura conocida. no era poca cosa.
a lo mejor la razón es otra, una creencia más oscura y destructiva: no mereces amor. quien llegue a conocer de verdad tus sombras no querrá quedarse. y si se queda, será porque está loco. y si él está loco, tú también lo estás. y ahora sois dos locos contra el mundo. ¿puedes arriesgarte a perder eso? ¿dejar ir a alguien que carga con el peso de quererte?
por una cosa o por otra, me quedé. cuando parecía que estaba a punto de zafarme, volví. y en cada ir y venir fui poco a poco permutando en él: empecé a contar mentiras, a ser infiel, a manipular. yo, que presumo de honestidad, que presumo de lealtad. me dejé arrastrar al fango, respondí a cada provocación. caí en su trampa sí, pero también construí las mías propias. lo detestaba a él, y en su reflejo me detestaba a mí misma.
aquellos comportamientos sí los comprendo hoy — no eran más que gritos de auxilio, plegarias por una salida. tanteaba la forma de infligirle un daño definitivo, que lo obligara a abandonarme de una vez por todas. o buscaba diligente en otros una balsa de rescate, alguien que me rogara que lo dejara, que me prometiera su amor a cambio.
por fin, en mitad del círculo de engaños más bochornoso del que he formado parte, y en una decisión impulsiva que conseguí arrancarme del estómago, di un paso en dirección huida. hice las maletas, volví a casa y un día cualquiera resolví que nuestra relación se había terminado para siempre.
no pretendo con esto hacer gala de ningún principio moral elevado (“lo dejé porque merecía algo mejor”), entre nosotros no había espacio para eso: simplemente la distancia y el tiempo hicieron mella, y el conjuro de alguna forma se se disolvió.
Cuánto me agotaba nuestra relación, y cuántas insidias se escondían en cada gesto, en cada frase que pronunciaba yo, que pronunciaba él. […] En esos momentos me vi de pronto tal como era: sometida, dispuesta a hacer siempre lo que él quería, atenta a no pasarme para no meterlo en líos, para no desagradarle.
Las deudas del cuerpo, Elena Ferrante
pero hay cosas que permean y permanecen. y es que ocurre que cuando alguien te repite el número suficiente de veces que nadie te va a querer como yo, la semilla termina por germinar y convertirse en duda. una duda carnívora y perenne que mira con recelo y muestra siempre sus fauces, que ataca primero y chilla con enajenación impostada cada vez que el zumbido del dolor la sobrevuela.
una duda siempre atenta, que intuye peligro en cada gesto y se reafirma con cada silencio. una duda que trata, por todos los medios, de culminar su deseo último: la autodestrucción.
Los cuentos infantiles, la literatura, el cine la televisión, la publicidad....nos hacen creer desde demasiado pronto que podemos ser las heroinas, que tenemos el poder y la obligacion de entregarnos enteras a la causa del amor a cambio de recibir un "nadie que querra como yo" toxico y destructivo. Y no nos enseñan , desde pronto, que nadie nos tiene que querer mas que nosotras mismas. Ese deberia ser el principio.
En alguna parte hay alguien te dara su amor romántico a cambio de...nada. te amara a ti y al amor que te das y que le des. Eso es todo. Complicado, si, pero creeme que esta ahi fuera, solo hay que aprender a reconocerlo y mientras tanto cuidar tu propio amor y dejar que el menos toxico de todos los amores, el mio, te cuide.
💘
Que difícil es salir de una relación autodestructiva. Estoy ahí, creyendo que nunca voy a salir, porque sigo pensando que el amor todo lo puedo y un día vamos a estar bien.
Abrazo tu valentía y tus palabras que me enseñan que no estoy sola y que tengo que aprender a perdonarme y sobre todo a tenerme respeto.