soy una persona miedosa. tanto, que diría que es el rasgo más característico de mi personalidad. no sé si se percibe al momento de conocerme, pero siempre termina encontrando el hueco por el que asomarse para dejarme en evidencia. lo que quiero decir es que si estás atento puedes ver el miedo bien acomodado en mi entrecejo justo antes de llamar por teléfono para reservar en un restaurante o si un coche de policía empieza a conducir detrás de mí.
cuando era niña tenía algunos miedos bastante concretos. el mayor y que más años me ha acompañado es el miedo a las arañas. de hecho, llamo “la casa de las arañas” a una de las casas en las que vivimos y de la que guardo recuerdos aterradores: cómo toqué sin querer una araña que estaba escondida debajo del grifo de la ducha, cómo cayó al suelo de la bañera entre mis pies, cómo chillé y lloré y salí corriendo espantada por la escena (pensar en esto aún me revuelve el cuerpo). también cómo descubrí aquel nido de arañas que vivía entre la persiana y la ventana de mi habitación, y que me niego a describir aquí con detalle.
les tenía tanto miedo que en el colegio pegué una hoja con otra en mi libro de cono para no tener que ver la foto gigante de aquella tarántula peluda en el tema de los arácnidos. aunque tengo que reconocer que este es uno de esos recuerdos que puede que sea fabricado; no tengo claro si fue una ocurrencia que nunca llegué a ejecutar o si tuve las agallas de defender ante la autoridad que mi libro sencillamente no tenía esa página.
en la casa de las arañas me llevé algún susto más — una vez mis padres tardaron más que de costumbre en recoger a mi hermano de fútbol, se fue la luz en casa y me quedé sola y a oscuras; creo que encendí una vela, me protegí con una manta y me puse a rezar padrenuestros mientras lloraba desconsoladamente. no sé qué esperaba que dios hiciera por mí en una situación como esa, pero una tenía sus recursos.
nada de esto se compara al miedo que debí sentir mi primer día de campamento. el shock fue tal que caí redonda al suelo nada más poner un pie en aquel bosque de cazorla con cuarenta grados a la sombra. yo tenía unos siete años, así que mis padres cruzaron la península a toda prisa para venir a buscarme (aún no hay consenso sobre si me fui con ellos o me dejaron allí después de la visita).
acercándome un poco más a la adolescencia cogí pánico a jesucristo. desgraciadamente no es una forma de hablar: una noche vi sola en la buhardilla lo que yo creo que era una película de juana de arco — llevo un rato peleándome con chatgpt en busca del título, pero no encuentro nada que haga justicia a mis recuerdos: la protagonista veía a jesucristo, que tenía unos ojos azules muy intensos, y que al final resultaba ser el diablo. pasé meses con miedo a que jesucristo se me apareciera a mi también (creo que me daba igual que resultara ser el diablo disfrazado o no).
en esa misma buhardilla pasé absoluto terror todo el tiempo en que creí que alguien se había colado en mi casa y convivía con mi familia sin que nosotros lo supiéramos. pensé que tenía clara la película culpable de esta otra obsesión, pero ahora creo que es una mezcla de dos: el habitante incierto y mientras duermes. animaría a los amantes del terror psicológico a verlas, pero hace años de todo esto y no planeo revisarlas, así que puede que sean malas recomendaciones.
más tarde cuando estaba ya en la universidad mis miedos empezaron a cambiar. me daba miedo que mi novio me dejara, y también no poder dejarlo nunca. me daba miedo hacer exámenes orales, y de eso dependía de qué asignaturas me matriculaba. me daba miedo lo que los demás pensaran de mi, mentir y que mis padres me pillaran, engordar. me daba miedo el futuro, no encontrar mi camino, resignarme a hacer siempre algo que no me gustaba, ser infeliz toda la vida, sentirme atrapada.
pero el cambio más revolucionario en mi lista de miedos ha llegado con la edad adulta. de repente, miedos que nunca había tenido se han impuesto por las malas: el más evidente es el miedo a la enfermedad, que se desarrolla en cuestión de segundos cuando le diagnostican cáncer a tu hermano pequeño.
pero hay otros muchos miedos que lo acompañan y que son bastante escurridizos, demasiado concretos como para decidir dónde colocarlos: el miedo a hacerle daño mientras arrastras su portasueros de un lado al otro del hospital, a que le pase algo bajo tu cuidado en una de las pocas noches en que duermes con él en esa habitación, a estar lejos si la situación se agrava, a la serie de imágenes que vas a capturar para siempre cuando entres a visitarlo en la uci.


[…] Si hubiera sido yo el que colapsó sobre la calle un día despejado de octubre, ni siquiera habrías pestañeado. Habrías ignorado mis disculpas y mi pena por ser una carga y me habrías levantado del suelo. Pero cuando tú caíste, dudé. Te miré como si verte así tirado en el suelo fuera algo que tuviera que recordar, como si ya no estuvieras, y cuando finalmente junté fuerza para levantarte de las axilas, tú no dijiste nada. […]
Desearía haber sido yo el que cayó al pavimento. Pero porque eras pesado. Porque estaba asustado. Porque no quería que murieras bajo mi cuidado.
¿Hay alguien ahí?, Peter Orner
después la muerte lo agrava todo, claro. se confirma la realidad de que uno es susceptible a la muerte, pero también la de que las personas que te sostienen lo son. entonces vuelven a aparecer en escena miedos nuevos: el miedo a no saber llorar de la forma correcta, a no encontrar la manera de consolar a tu madre, a tener irremediablemente una vida triste, a no estar nunca a la altura. también el miedo a la compasión de los demás, a que la muerte se convierta en el hecho principal de tu vida, a la vejez de tus padres, a la depresión crónica, al desamparo, al olvido.
con todo, tengo que decir que no me considero una persona cobarde. muy al contrario, y de forma un poco contraintuitiva, suelo plantarme ante los miedos más grandes y hacerles frente. aunque puede que no estés de acuerdo conmigo si me has visto enfrentarme a una cucaracha.
Oh wow. Tus palabras fueron muy gentiles y divertidas. No te conozco,pero siento una muestra de tu personalidad, de ti, y me habla sobre algo íntimo que sin duda compartí. También viví días duros en un hospital, razones diferentes,pero mi experiencia fue mucho más corta que la tuya. Lo cuál me hizo no tener tiempo para miedos,solo sentía su aliento, pero nunca su ruido. Como alguien que tuvo muchos miedos y aun los tengo. Comparto tu análisis. Los miedos evolucionan, pero me gusta que terminas con el sentimiento de que todo es parejo, caminan al mismo ritmo.
Hermoso escrito,lo disfrute muchísimo :)
Ha sido precioso Carlota 🩵